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martes, 24 de mayo de 2016

Joey Ramone: Una historia para recordar

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Chaquetas de cuero y pantalones rotos. Guitarras ensordecedoras y un grito que pasó a la historia. “Hey, Ho, Let’s go”, era el grito unísono durante los conciertos de los Ramones, una banda que con tan sólo tres acordes cambió al mundo. Ellos no necesitaban una construcción compleja para que su música fuera aplaudida por los críticos más mordaces, porque la simpleza sonora la compensaban con una actitud de rebeldía y de monstruo mítico salvaje.
Ramones surgió de las cloacas neoyorkinas en un momento donde la escena musical estaba custodiada por músicos artificiales, más blandos que la mantequilla misma. Todo era tan flojo y sin sabor que en el momento que un grupo de amigos adolescentes, totalmente desaliñados y hediondos que parecían sacados de una tétrica y precaria fiesta de Halloween, pisaron el escenario con una música totalmente desconocida, destruyeron con una triada de acordes lo que se creía que era lo mejor para los oídos. 

Este grupo parecía haber sido invocado desde el infierno mismo y hasta la fecha todos lo agradecemos. Pero en especial, hay que recordar y venerar al hombre que encaró todos los envases de cervezas arrojados y contuvo los insultos con una cara inmutable. Joey Ramone tenía tan sólo 49 años cuando murió en manos de un imperdonable cáncer. Su enfermedad fue como una broma cruel hacia alguien que creyó, hasta el fin, que el rock es un elixir infinito.
El hecho de que fuera el frontman más desgarbado y menos adecuado de la historia del rock lo hacía una estrella. Su metro noventa, su inmovilidad, sus anteojos, incluso su famosa inestabilidad (hay incontables anécdotas de Joey tropezándose, cayéndose, siendo un ejemplo de la más absoluta torpeza), sus anteojos negros y el pelo sobre el rostro que apenas dejaban adivinar sus rasgos, todo eso lo convertían en alguien único.
La voz de Joey Ramone tenía toda la ironía necesaria para comprender que los Ramones eran mucho más inteligentes de lo que parecían y mucho más informados acerca de la historia de la música pop de lo que sus breves melodías sugerían. Quienes los catalogaron como basura, hoy podrían estar ardiendo en sus tumbas mereciéndolo.
Dee Dee, Tommy, Johnny y Joey Ramone vivían en la misma cuadra cuando eran adolescentes, en unos lindos edificios del barrio Forrest Hills de Queens, Nueva York. Johnny y Dee Dee se hicieron amigos primero, a partir de un mutuo fanatismo por los Stooges. Al principio, Joey era el chico raro del lugar. Su apariencia de persona recién salida del manicomio no ayudaba mucho a que las personas se le acercaran, pero un día, en el calor de una alocada fiesta, Dee Dee descubrió que había una afición que podía compartir con Joey: el alcohol.
Entonces los futuros Ramones se pasaban las tardes enteras bebiendo whiskey en algún rincón oscuro, y para rematar el momento aturdidor, a alguien se le ocurría la buena idea de sacar los inhalantes. Por su extraña condición mental, Joey nunca pudo acompañarlos. “Nunca aspiré pegamento o Carbona”, solía contar el escuálido vocalista, “nunca me enganché con las bolsitas de papel. Lo hacía de vez en cuando, pero nunca como los chicos. Nunca pude manejar las drogas demasiado bien”.
Cuando tenía 21 años, su madre lo sacó de su casa por ser un desastre, lo que resultó ser el mejor regalo de su vida. Joey no hacía nada de su vida, no trabajaba ni estudiaba. Su mejor actividad era la de emborracharse con Dee Dee y sentarse en las esquinas de las calles a insultar a las personas. Así lo cuenta él:
“Cuando era adolescente tuve que atravesar un montón de mierda, mi mamá se divorció y se volvió a casar, una familia nueva y todas esas cosas. Encontré mi salvación en la radio. Me acuerdo de la primera vez que escuché a los Beach Boys, era ‘Surfing USA’ y me impactó. Pero los Beatles fueron los que me convirtieron en un fan. Y más tarde los Stooges, que fueron una banda que me ayudó mucho en mis periodos oscuros. Me ayudaban a sacar la agresión. Nadie andaba armado en aquellos años, ningún chico llevaba armas a la escuela. Lo que hacías era poner música fuerte que te hacía sentir bien”.
Fue por esa época cuando Joey empezó con su carrera. Pero no fue en una banda punk, sino en una banda glam que se llamaba Sniper. Joey siempre había llamado la atención por su altura y su desgarbo, pero con plataformas pasaba los dos metros, y el maquillaje no era una buena idea para su cara. Terminaron golpeándolo, claro, y tuvo que pasar una noche en el hospital con la nariz rota.

Esa golpiza le sirvió como una gran experiencia previa para decidirse de una vez por todas a cantar formalmente en una banda y recurrió a sus verdaderos amigos de drogas y alcohol. Junto con Dee Dee y Johnny empezaron lo que serían los Ramones, eso sí, con muchas dificultades. Por cierto, el nombre de la banda fue tomado de un seudónimo que usaba Paul McCartney cuando los Beatles tocaban en Alemania al principio de su carrera.
Lo que pasó después fue lo que tiene que vivir una verdadera banda de rock. Excesos tras excesos, tras excesos, hasta llegar a un clímax insuperable de goce y dolor. Lo que se cuenta poco es que fuera del escenario, Joey era un tipo común, sin afectaciones. Al conversar con la gente, a menudo se sentaba retraído, como protegiéndose. Su acento de Queens, marcado cada tanto por una risa tímida, como de caricatura, escondía detrás un ferviente profesionalismo.
Así vivió Joey, rodeado de todos y a la vez de nadie. Tuvo muy buenos amigos —aún mejores que los integrantes de The Ramones, quienes al final de su trayectoria estaban más separados que un matrimonio con 10 hijos—, pero ninguno se internó de manera genuina en su corazón. Le diagnosticaron cáncer linfático y luchó muchos años con él.


                  

Joey Ramone murió el domingo 15 de abril de 2001 en un hospital neoyorquino. Lo acompañaban familia y amigos, y su madre cuenta que, justo antes de morir, Joey estaba escuchando la canción “In a Little While” del último disco de U2. Tenía 49 años, y pocos meses antes había estado en plena actividad. Muy pocos sabían que estaba tan enfermo. Así fue él siempre, reservado y misterioso, pero sobre el escenario parecía un cerbero indomable.
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