Por: Eugenia Bocanegra
13:00 P.M. Llegas a tu casa. La maldita espalda te pasa factura. Fue una semana larga. Te tirás a la cama un rato y el pecho todavía se siente como si te lo hubiesen atravesado con un sable. La garganta ni hablar. Tu novio se acerca y te mira consternado, sabe de tu dolor pero no se anima a decir nada. Se tira a tu lado y te toma la mano. De golpe, sin mediar palabras, rompes en llanto. Es que te estabas ahogando, lo habías tenido atragantado toda la mañana. Toda la semana.
14:00 P.M. Llueven mensajes de indignación en los grupos de WhatsApp y tenés que leer que la misma misógina que ayer se escandalizaba por el “Tetazo” y por la representación pro-aborto de Tucumán, ahora pide mano dura y pena de muerte. Aunque eso no te sorprende, para nada.
7:00 P.M. Anuncian en las redes que habrá una concentración frente a Tribunales. La consigna dice que hay que ir de negro y con velitas. Empezás a vestirte y mientras te ponés una musculosa de tiras finas, ves en el placard ese jean negro con las rodillas rotas que alguna vez un macho te dijo que no usaras. No lo dudás, te lo calzás con sandalias negras y te delineas los ojos del mismo color; para que esta vez el luto no pase desapercibido, para que cuando te vean sepan que estás yendo al velatorio de una, aunque es también el velatorio de todas. Hoy es ella, pero te puede tocar a vos ser la de la foto. Y ese pensamiento te retuerce el estómago.
7:20 P.M. El cielo está tan gris como tu estado de ánimo. Afuera llueve y parece como si los de arriba también estuvieran llorando.
7:37 P.M. La lluvia da una tregua. Te llega un nuevo mensaje. “¿Se hace al final o no?”. “Ni idea, supongo que sí porque ya paró”, respondés. “Sí, se hace. Lo leí en Facebook ¡Nos vemos allá!”
8:00 P.M. Llegás al lugar y una multitud vestida de negro rodea las escalinatas de Tribunales en semicírculo. Cientos de hombres, mujeres y niños sosteniendo velas blancas se congregan a la espera de que alguien tome la palabra y el corazón se te sale del cuerpo al ver que hay tantos de ellos acompañando en el dolor. De repente, una voz femenina que apenas se escucha, se escapa del megáfono diciendo, “¡Por Micaela!” Y la muchedumbre se funde en un aplauso que dura más de un minuto. Mientras aplaudís, mirás al costado y ves con orgullo a un padre joven con su pequeña beba en brazos. Más atrás, un matrimonio mayor aplaude y luego se abraza. A tu lado una señora deja correr una lágrima por su mejilla y la piel se te eriza.
8:30 P.M. Vuelve la lluvia y la noche oscura se llena de paragüas de infinitos colores. Nadie se va. Ninguno si quiera lo piensa. En el megáfono, la voz reclama a los políticos presentes que “¡No los queremos acá!”. “No les pedimos que luchen con nosotras, sino que cumplan su deber”, vocifera. La bronca va en aumento y una señora escupe un “¡Tenemos miedo!” desde el fondo de su pecho.