Por Eugenia Bocanegra.
Recuerdo la primera vez que entendí lo que era un macho. Tenía 21 años y atravesaba esa etapa confusa de la vida donde uno está parado en el límite entre la niñez y la adultez.“Cada decisión que tomes hoy, marcará el resto de tu vida”, me decían. Entonces no lo entendí. Siempre fui de esas personas que parecían haber venido al mundo para no aceptar las cosas tal como le fueron dadas. Y desde siempre me ha costado mucho tomar decisiones. Tal es así, que tuve que empezar cuatro carreras universitarias hasta toparme con aquella que llenara casi por completo mis expectativas.
Primero fue Medicina, imagino que
por este sentimiento idealista de querer salvar al mundo que me persigue desde
que nací. Sin embargo, abandoné el ambo la primera vez que vi sangre en la
guardia de un hospital, y mi cuerpo pudo menos que mi vocación. Desorientada, y como si fuera un escape,
decidí tomar clases de tango. Corría el 2007
y por ese entonces daban clases gratuitas de tango y milonga, en la escuela
Belgrano de Paraná. Embelesada por el
ritmo sensual del 2 X 4, acudí a cada clase como si fuese la última. Tal era la afición por la danza que terminé
por gastar, en pocas semanas, las suelas de unos stilettos color marrón claro que le había hurtado a mi mamá. No eran
esos los zapatos reglamentarios y cada
tanto los tobillos me pasaban factura. Sin embargo, disfrutaba tanto
cada clase que la incomodidad pasaba a segundo plano.
Entonces, un día, al fin sucedió.
El macho hizo su aparición y yo lo veía
por primera vez. Había estado tanto tiempo cerca mío y a pesar de eso, no fue
sino hasta ese momento que lo vi. “Esa
es un danza de prostitutas”— me dijo— con ese tono afirmativo tan típico de los
machos. Porque el macho no duda. El macho afirma, el macho está hecho de
certezas. El macho decide lo que es natural y lo antinatural; lo que se debe y
no se debe hacer, y para hacerlo, se
vale de la palabra de Dios y del Espíritu
Santo, y del Papa mismo si es necesario. Un macho tras otro, avalándose la
pavada.
¿El problema sería el largo de la
pollera? No me extrañaría que lo fuera, casi siempre lo es ¿O acaso el tajo infinito, o la espalda descubierta, o las medias en red?
¿Sería la sensualidad de los movimientos, la provocación, la insinuación? Es
que “las mujeres buenas no insinúan". Las
mujeres buenas, bailan el Vals.
Después de ese macho vinieron los
otros. Estaban por todos lados. Están por todos lados. Se hicieron visibles, y al parecer, más intolerantes. Las mujeres empezamos a verlos, a
descubrir su juego. Y no nos gustó. Y nos rebelamos. Y nos unimos. Y nos
liberamos. Y nos empoderamos. Y eso el macho no lo toleró. Añora la mujer
sumisa de los ’50. La ama de casa, la reprimida. No le gusta esta mujer que se parece un poco
a él, aunque es distinta. Que se comporta como él, aunque a su manera. Entonces
el macho se vuelve tirano. Y sale a matar, porque no se lo banca.