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lunes, 7 de noviembre de 2016

"Las niñas buenas van al cielo"

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Por Eugenia Bocanegra.
  Recuerdo la primera vez que entendí lo que era un macho. Tenía 21 años y atravesaba esa etapa confusa de la vida donde uno está parado en el límite entre la niñez y la adultez.“Cada decisión que tomes hoy, marcará el resto de tu vida”, me decían. Entonces no lo entendí.  Siempre fui de esas personas que parecían haber venido al mundo para no aceptar las cosas tal como le fueron dadas. Y desde siempre me ha costado mucho tomar decisiones. Tal es así, que tuve que empezar cuatro carreras universitarias hasta toparme con aquella que llenara casi por completo mis expectativas.  
  Primero fue Medicina, imagino que por este sentimiento idealista de querer salvar al mundo que me persigue desde que nací. Sin embargo, abandoné el ambo la primera vez que vi sangre en la guardia de un hospital, y mi cuerpo pudo menos que mi vocación.  Desorientada, y como si fuera un escape, decidí  tomar clases de tango. Corría el 2007 y por ese entonces daban clases gratuitas de tango y milonga, en la escuela Belgrano de Paraná.  Embelesada por el ritmo sensual del 2 X 4, acudí a cada clase como si fuese la última.  Tal era la afición por la danza que terminé por gastar, en pocas semanas, las suelas de unos stilettos color marrón claro que  le había hurtado a mi mamá. No eran esos  los zapatos reglamentarios y cada tanto los tobillos me pasaban factura. Sin embargo, disfrutaba tanto cada clase que la incomodidad pasaba a segundo plano.   
  Entonces, un día, al fin sucedió.  El macho hizo su aparición y yo lo veía por primera vez. Había estado tanto tiempo cerca mío y a pesar de eso, no fue sino hasta ese momento que lo vi.  “Esa es un danza de prostitutas”— me dijo— con ese tono afirmativo tan típico de los machos. Porque el macho no duda. El macho afirma, el macho está hecho de certezas. El macho decide lo que es natural y lo antinatural; lo que se debe y no se debe hacer, y  para hacerlo, se vale de la palabra de  Dios y del Espíritu Santo, y del Papa mismo si es necesario. Un macho tras otro, avalándose la pavada.
  ¿El problema sería el largo de la pollera? No me extrañaría que lo fuera, casi siempre lo es ¿O acaso el tajo infinito, o la espalda descubierta, o las medias en red? ¿Sería la sensualidad de los movimientos, la provocación, la insinuación? Es que “las mujeres buenas no insinúan". Las mujeres buenas, bailan el Vals.
  Después de ese macho vinieron los otros. Estaban por todos lados. Están por todos lados. Se hicieron visibles, y al parecer, más intolerantes. Las mujeres empezamos a verlos, a descubrir su juego. Y no nos gustó. Y nos rebelamos. Y nos unimos. Y nos liberamos. Y nos empoderamos. Y eso el macho no lo toleró. Añora la mujer sumisa de los ’50. La ama de casa, la reprimida.  No le gusta esta mujer que se parece un poco a él, aunque es distinta. Que se comporta como él, aunque a su manera. Entonces el macho se vuelve tirano. Y sale a matar, porque no se lo banca.
  Hoy, más que nunca, “las NIÑAS buenas van al cielo” pero las malas, las malas también.



  
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