Hace 30 años, un tal Walter Di Giusti asesinaba a la abuela
y a la tía de Fito Paez, dicen que porque era un músico frustrado y envidiaba
la genialidad de Paez. En la madrugada
del 10 de septiembre de 2010, Wanda Taddei sería atacada por su esposo, el baterista
de Callejeros, Eduardo Vázquez, quien la habría rociado con alcohol y luego
prendido fuego tras una fuerte discusión. Wanda agonizó en el Hospital de Quemados
once días y luego murió de dolor en una cama del nosocomio.
Este año, la violencia contra las mujeres en el rock, vuelve a ser noticia.
Primero, Miguel Del Popolo de “La Ola que Quería ser Chau”, fue acusado en You
Tube de haber violado a dos chicas. Ocho mujeres denunciaron también a Cristian
Aldana, vocalista de “El Otro Yo”, de abuso sexual. Ni qué decir de los
lamentables dichos de Gustavo Cordera frente al estudiantado de una escuela de
Periodismo en Buenos Aires, donde el músico aseguró que “hay mujeres que
necesitan ser violadas para tener sexo libremente”.
Y como
si el año no tuviera suficientes hechos aberrantes, hace unos días trascendió
que Pity Alvarez habría encerrado y
golpeado a dos mujeres en un baño por seis horas. No es menor el dato de que
una de ellas fuera la ex del cantante.
Dicho
esto, cabe preguntarnos ¿Qué sucede con el rock argentino? ¿Será, como dicen
algunos, un género musical machista, o es simplemente el hijo violento de esta sociedad
patriarcal que venimos forjando desde tiempos inmemoriales? Quizá sea ambas
cosas, o quizás no. Lo cierto es que hoy el rock se merece una reflexión. El rock nació como expresión libertaria y
transformadora. Ha servido siempre para canalizar las luchas sociales y ha
servido también como un alivio para los afligidos. Sin embargo, y como expresó
el periodista Pablo Ramos en una nota del portal cba24n.com, “el rock que abusa de los golpes fáciles, el de la pose de tipo duro y me importa todo un carajo,
el de las melodías pegadizas y repetidas,
el que se regodea en los pasillos VIP, el que cree que se merece el éxito traducido en merca y chicas sumisas,
el que alimenta su ego en la mesa de los
periodistas mercenarios del sistema de
empresarios que levantan con pala el dinero de las entradas mientras dejan a la policía que discipline la fiesta
de los sentidos, ese es un rock de
leones y manadas”. Ese no es el rock que queremos.